Todo empieza en alta mar, cuando el
viento sopla sobre el océano muy lejos de la costa. Un aire que se mueve
rápido y constante, durante mucho tiempo, sobre una gran superficie de
agua muy profunda. La fricción del viento con la superficie del mar
produce ondas que se propagan por el espacio y el tiempo. Una vez
puestas en marcha, las olas disipan su energía muy lentamente. De modo
que, cuando el viento cesa, viajan durante días y días llegando a miles
de kilómetros de distancia del lugar donde se crearon.
Al
aproximarse a la costa, cuando se encuentra con fondos menos profundos,
la ola rompe. Se hace más vertical, la base ya no puede sostener la
cresta, y colapsa. Aquí la tipología es infinita. Depende del fondo. No
romperá igual si éste es de arena, de roca o de coral; si es una
pendiente empinada, una barra longitudinal, un enorme escalón. También
influye el viento que haya en la costa. Lo perfecto: un aire leve que
sople de tierra a mar, que levante, alise y ahueque la pared de la ola
sin aplastarla.
Todas son distintas, aunque previsibles si uno llega a conocerlas.
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