
....Mantén tu promesa. La voz se iba desvaneciendo como si alguien bajara el volumen de la radio.
Empecé a sospechar que había sufrido alguna especie de alucinación. Seguramente propiciada por el recuerdo, por la sensación del déjà vu, por la extraña familiaridad que me había producido la situación.
Analicé rápidamente todas las posibilidades en mi mente.
Primera opción: me había vuelto loca. Al menos ésa es la palabra que vulgarmente se aplica a aquellos que oyen voces en sus cabezas.
Entraba dentro de lo posible.
Opción dos: Mi subconsciente me proporcionaba aquello que yo quería oír. Era la satisfacción de un deseo, es decir, un alivio momentáneo de la pena al aferrarme a la idea incorrecta de que a él le preocupaba que yo viviera o muriera. Una proyección de lo que él habría dicho si a) estuviera aquí, b) le afectara de alguna manera que me pasara algo malo.
Era probable.
No imaginaba una tercera opción, de modo que sólo me cabía la esperanza de que fuera la segunda opción la correcta, que se tratara de un desvarío del subconsciente en vez de algo que exigiera mi hospitalización...
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